Contactos
 Volver a Noticias

En opinión de... Fray Massimo - Maio 2024

25 Mayo 2024

Del 15 al 20 de abril pasado visité a los frailes de la Custodia de Tierra Santa, especialmente para estar con ellos durante un breve tiempo mientras la guerra hacía estragos. Absorbí en las calles, entre las casas y sobre todo entre la gente tanta tensión y miedo, y confieso que aún llevo dentro de mí su eco.

Intento escuchar esta resonancia interior para discernir la época oscura de la historia que estamos viviendo. La mentalidad bélica se extiende cada vez más y me pregunto hasta qué punto afecta a nuestras formas de pensar y de sentir, de leer la realidad y de actuar, y como creyentes cómo afecta a nuestra imagen de Dios y a nuestra relación personal y comunitaria con Él. 

Las noticias que escuchamos sobre las guerras que tienen lugar en todo el mundo no son sólo noticias. Está en juego algo mucho más grande. Nos damos cuenta de que la guerra amenaza con entrar en nosotros, nos cambia, nos lleva a la resignación y a encerrarnos en nosotros mismos, nos quita el gusto por el futuro.

La guerra, con su agresividad que convierte al otro en enemigo, está dentro de nosotros y sabemos que, en cierto modo, somos corresponsables de ella. El pecado tiene, de hecho, una dimensión social. 

En Tierra Santa respiré el aire nefasto de la guerra y sus consecuencias, como en mis visitas a Ucrania, a Goma, a las fronteras de Haití, a Sri Lanka y Sudán del Sur, al norte de Mozambique.

Francisco de Asís no se resignó a la idea casi ineludible de la guerra. La rechazó siendo joven y de adulto buscó un camino distinto, el del encuentro con el otro, descubierto como compañero de humanidad y no como enemigo. Lo suyo era un riesgo, no sabía con quién se encontraría en el campo contrario ni cómo le iría. Cruzó los campamentos de los cruzados y de los sarracenos ante la sorpresa y el escepticismo de casi todos. Francisco cruzó una frontera invisible, un muro infranqueable. Por eso puede entonces proclamar el Evangelio con libertad y mansedumbre, sin gritar. La paz, que es un don celestial, ha moldeado su forma de ser y de actuar, de mirar y de sentir, de hablar e incluso de callar. Antes de conformarse a Cristo con los estigmas, se conforma con un corazón manso y humilde, el de un hermano menor, sin barreras.

Hoy parece imposible volver a proponer un modelo semejante, o un deseo. Un sueño, una ilusión. Sin embargo, lo necesitamos tanto, a causa del realismo de los poderosos y prepotentes de este mundo que se muere. He interceptado este grito de paz y reconciliación en los ojos de los pequeños y los pobres que abarrotan los campos de refugiados de Goma y Yuba, que cruzan en silencio las calles de Jerusalén y Belén, que lloran en Haití, que preguntan por qué con la fuerza muda del dolor esperan en Ucrania ante las tumbas de muchachos demasiado jóvenes para morir así. 

Sigo gritando: ¿hasta cuándo, Señor?

Categorie
Ministro General
Tags
Fr. Massimo Fusarelli En opinión de Fray Massimo
También te puede interesar: