Con ocasión de la solemnidad de Navidad, el Ministro general, Fr. Massimo Fusarelli, presidió ayer, 24 de diciembre de 2022, la Misa del Gallo en Greccio, Italia. Publicamos la homilía que el Ministro general pronunció durante la Celebración Eucarística:
Homilía del Ministro General en la Misa en Greccio, Navidad 2022
La noche de esta Navidad en Greccio también está atravesada por la luz, no de nuestras antorchas, como en tiempos de Francisco, sino de la esperanza de la que sentimos urgente necesidad en este tiempo oscuro que vivimos. Esperanza como palabra clave para esta Navidad. La esperanza, lo sabemos, no es optimismo, sino poder que nos permite ver una gran luz incluso cuando caminamos en la oscuridad, como cantaba Isaías. Esta certeza nos abre al futuro, nos permite asomarnos al horizonte más allá de nuestra pequeña visión.
El nacimiento de un hijo es siempre una nueva oportunidad, un nuevo comienzo, un motivo de esperanza. Este Niño que nace en Belén en el fresco de Greccio tiene como pesebre un pequeño sepulcro, porque ya es el Resucitado, ya es el que nace definitivamente a la vida después de haber pasado por nuestra muerte en cruz.
Él es el Resucitado, el que vive para siempre, la razón de la esperanza cristiana. Él es la verdad y la realidad de la existencia de cada ser humano, de la historia.
Acogemos esta esperanza esta noche en silencio. He aquí otra palabra clave de la Navidad. La Escritura nos dice que mientras el silencio lo envolvía todo, la sabiduría de Dios descendía de su trono en medio de nosotros. Dios no actúa en el ruido y el estruendo de la fama y el éxito, sino en el silencio de los comienzos humildes. La página de Lucas nos lo recuerda con fuerza.
También necesitamos urgentemente silencio para alimentar la esperanza. Es decir, el contacto con nosotros mismos, con los demás; una escucha más profunda y atenta que sólo el silencio permite. Necesitamos el silencio para contactar con nuestra interioridad y en él reconocer la presencia amorosa de Dios que nos acompaña y constituye nuestra consistencia más profunda. ¿Podremos volver a encontrar el silencio?
El silencio alimenta la esperanza, no para volvernos fuertes y poderosos, sino para abrazar nuestra fragilidad. He aquí otra palabra de la Navidad cristiana. San Francisco dice que el Verbo de Dios quiso nacer en la fragilidad de nuestra carne humana. Al hacerse hombre, eligió el límite de nuestra condición humana, sus limitaciones, sus trabajos.
Navidad, pues, significa educarnos y educar a la fragilidad, aprender a no temerla y, al mismo tiempo, a no pensar que nos quedamos quietos en ella.
A menudo escucho el lamento de que la Navidad se haya quedado sin Jesús y que su dimensión religiosa sea ahora prácticamente invisible. Es fácil decir que esto es así. Aunque me pregunto:
¿Sabemos los cristianos mostrar con nuestra vida la esperanza de la Navidad, del nuevo comienzo de este Niño y de su vida, que es el comienzo de nuestra vida, de nuestra resurrección?
¿Sabemos los cristianos, en un silencio que es atención y cuidado, acoger, escuchar, promover al otro en su dignidad?
¿Sabemos todavía los cristianos dedicar espacios de silencio para escuchar al Señor que habla en su palabra, de los demás, en la creación y en las circunstancias de nuestra vida?
¿Sabemos los cristianos acoger la fragilidad sin juzgarla en los demás, sin eliminarla ni evitarla? ¿Honramos así la frágil humanidad de nuestra carne, que el Señor ha elegido como morada permanente? En definitiva, demos consistencia de fe a la Navidad, mostremos su permanente novedad, y el Señor que viene en medio de nosotros seguirá siendo principio de esperanza para muchos, en el silencio de muchas vidas y en la fragilidad de muchas historias.
A todos una Feliz Navidad de Jesucristo en nuestra carne mortal, invocando para el mundo el don de la paz en la justicia, para una humanidad nueva.
