A cinco meses haber iniciado el conflicto en Ucrania, les proponemos un viaje entre los conventos y las realidades franciscanas en Italia que hoy participan recibiendo familias y niños ucranianos que huyen de la guerra. Los frailes respondieron a la llamada de solidaridad sin inmutarse y de inmediato al día siguiente que inicio el conflicto. He aquí cuatro ejemplos, testimonios de hospitalidad. Existen muchos más en todos los rincones de la tierra. Actualmente hay alrededor de 300 familias ucranianas apoyadas por la familia franciscana desde el principio del conflicto hasta el día de hoy en Italia. Una herida -la del conflicto- que acompaña hoy a muchos de nuestros hermanos ucranianos, atemorizados por una invasión extranjera y una tierra, la suya, que cambia de rostro día a día. Fraternidad de Rezzato en Brescia: estruendo de la solidaridad El contraste es fuerte en la fraternidad Rezzato. La naturaleza, la paz y el silencio dominan los espacios del convento. “Fue a mediados de marzo cuando empezaron a llegar las primeras mujeres ucranianas, abandonadas en la calle, sin comida ni techo. Perdidas y confusas, con los proyectiles de mortero aún resonando en sus oídos, están allí esperando a alguien. Llegan al convento las primeras llamadas de amigos e instituciones locales: ¿Qué vamos a hacer?”. Este es el testimonio del hermano Lorenzo, guardián de la fraternidad de los Hermanos Menores de San Pedro en Rezzato, provincia de Brescia, formada por cuatro hermanos. “Nos organizamos inmediatamente con un servicio de voluntarios para la recepción en la Casa de Espiritualidad adyacente al convento. Las dudas no faltan: ¿Cómo nos las arreglaremos con el lenguaje? ¿Quién nos ayudará con la comida? ¿Quién los llevará al hospital? Los frailes comienzan la recepción escuchando sus corazones, como hizo el pobrecillo de Asís con los leprosos. Llegan las primeras madres con sus hijos que encuentran un techo y una comida caliente para comer con los frailes. Cada semana llega una familia: de Lviv, de Kiev, de Kharkiv, del Donbass, de Odessa. En dos meses llegamos a 25 personas, luego el grupo se asienta, y hoy estamos en 15. Hay siete familias, cinco de ellas madres con hijos, desde el más pequeño de 4 años hasta la hija mayor de 20, y dos señoras mayores. El regalo más bonito son los niños que nos hacen nuevamente sonreír, jugar y animar el convento. Soy consciente de que no basta comunicarse con el traductor del smartphone, sino que el grupo tiene que aprender el idioma. En ese momento, la Providencia hace venir a la profesora Giulia, recién jubilada, que inmediatamente organiza un curso de italiano por la tarde de una hora para los pequeños y una hora para los adultos. La avalancha de información hizo que otros ucranianos alojados en familias también se unieran al curso, todos con la necesidad de aprender, conocer, comunicarse. La casa de acogida está empapelada con pequeñas papeletas que tienen los nombres de las cosas en italiano para aprenderlos. Fr. Matteo prepara el menú cada semana, procurando todos los alimentos necesarios, y la Providencia no deja de sorprendernos cada día reponiendo las existencias.
En colaboración con la Cáritas local, no faltan bolsas de ropa, juguetes, material de papelería para la escuela. Los voluntarios hacen todo lo posible por llevar a los refugiados a los centros de salud, a la comisaría, al dentista, y a mediados de mayo acompañan a los más pequeños a la escuela. Con el tiempo, las señoras son cada vez más autónomas: aprenden a cocinar por sí mismas y a mantener la casa y el jardín limpios, con una solidaridad que sabe superar las diferencias culturales y religiosas. El conocimiento básico de la lengua permite a los invitados salir, saludar, comprarse algo, pero también sorprendernos, entrando en la iglesia para rezar y cantar juntos. Todos entran, cristianos y musulmanes, todos se sienten hermanos ante la misericordia de Dios Padre, y todos agradecen el don de la hospitalidad y la solidaridad. En la actualidad, las señoras están a la espera de ser colocadas en algún empleo y pronto tendremos nuestras primeras contrataciones. En Rezzato, ciudad conocida por su marmolería, se oye el ruido de los disparos en las canteras de Botticino; pero el Señor hace resonar en los claustros a sus frailes la alegría y el ruido de la fraternidad, que amortigua todo ruido, devolviendo la esperanza”. Dinamitas y losas de mármol se desprenden de la montaña en la zona del convento: es una actividad normal, pero la mente de los ucranianos corre hacia el 24 de febrero, cuando las tropas rusas invadieron su país. Fr. Loris, el corazón de Sicilia abierto a los más necesitados “Empezamos por recibir familias, más de 80 personas, mujeres y niños, y poco a poco las dirigimos a los servicios correspondientes. Hoy en día seguimos teniendo cinco personas en el convento de Gancia en Palermo. Las instalaciones son adecuadas para acoger a otras familias y situaciones de pobreza e indigencia. Hasta la fecha, tres madres y dos niños de origen ucraniano están alojados permanentemente”. Fr. Loris, capellán de la cárcel Pagliarelli de Palermo, que continúa: “Desde el 4 de marzo, me he ofrecido para acoger a estas personas que han llamado a la puerta del convento. Un bombardeo de solidaridad, de todos: laicos y religiosos. Entre los gestos que más me llamaron la atención está el de un chico ucraniano que lleva años viviendo en Italia. Dimitri vive con muy poco, a menudo come en cantinas, pero tiene el don de pintar. Cuando se enteró de que acogíamos a sus compatriotas, se puso a disposición para pintar las habitaciones del convento, no quería nada a cambio, no quería que le pagaran y quería dar su contribución”. Fr. Faustino, fraile ucraniano que ayuda a su pueblo
“El 2 de marzo empezamos a recibir a los primeros refugiados de Ucrania. Los primeros eran dos madres y tres niños con un perro pequeño y dos gatos. Llegamos a acoger a 42 personas, entre madres y niños, y junto con la Provincia de San Antonio, empezamos a acoger a las familias. Actualmente tenemos albergadas a 39 personas”. Fr. Faustino lleva seis años en Italia, pero procede de Shargorod, en el centro de Ucrania. Su padre y su hermano siguen allí y su cuñada, embarazada de cinco meses, también ha regresado recientemente con sus dos sobrinos de 8 y 12 años, tras haber pasado los primeros días del conflicto en Italia, en el convento de Bordighera. “Mi padre tiene 63 años y no está luchando, está ayudando al ejército”, continúa Fr. Faustino, “mi hermano está también ayudando a los refugiados desplazados que han llegado de las grandes ciudades en este momento”. Fr. Faustino, con su fraternidad, trabaja incansablemente en dos frentes: albergar en el convento a los refugiados que huyen y el envío de la ayuda recogida por la parroquia con el minibús que ya ha viajado cinco veces a la frontera polaca. “Entre las historias que más me impactaron está la de Alona y Violeta, que con sus hijas pequeñas recorrieron 2,500 km para llegar a Bordighera y llamar a las puertas de nuestro convento. Seis días de viaje, superando los bombardeos con sus dos niñas pequeñas”. Fr. Mauro, una escuela italiana en Turín Los frailes menores están presentes y trabajan codo a codo con la población ucraniana, incluso en Turín, en el convento franciscano de San Antonio de Padua. Fr. Mauro Battaglino cuenta: “Hoy tenemos 8 personas alojadas en nuestras instalaciones, todas ellas adultas, tres de las cuales son ancianas. Algunas mujeres trabajan ahora, y todas asisten a la escuela italiana que hemos activado. Dos o tres horas de clase al día. En nuestra otra casa acogemos a 4 madres adultas con 5 niños, todos ellos asisten a la escuela italiana y los niños al centro de verano. En otro hogar hay cuatro adultos y tres niños, un adulto y una abuela. Entre los tres niños hay una niña con enfermedad oncológica. Hay muchas actividades de animación que hemos puesto en marcha, además de la escuela de italiano. Todos tienen sus documentos en regla para encontrar una pequeña ocupación. Todos los gastos corren de nuestra cuenta, y gracias también a la contribución de la Fundación San Paolo, hemos podido afrontarlos. Mucha gente nos está ayudando, pero entre ellos, todos han perdido todo”. Fr. Mario en Recco, dejando espacio y sabiendo apoyar la integración “Albergamos en el convento de Recco a 17 ucranianos, quienes llegaron el pasado 11 de marzo”, explica Fr. Mario. Eran 23, sin embargo, en los últimos meses dos madres con sus hijos se vieron obligados a regresar a su país, mientras que una joven de 24 años encontró trabajo y alojamiento en Emilia-Romaña. La composición actual del grupo es la siguiente: 7 madres, 7 niños de entre 4 y 10 años, una chica de 14 años y un chico de 17. Tanto los jóvenes como los niños fueron inmediatamente inscritos en escuelas estatales (primaria y preescolar). Se organizan ellas para la cocina, que hemos puesto completamente a su disposición, con nosotros los frailes en la cafetería. Nosotros nos encargamos de todos los gastos, la comida y los servicios, nos ayuda el Yatch Club de Génova, que contribuye casi en su totalidad. Al principio tuvimos mucha ayuda de los laicos, en alimentos y donaciones en efectivo, pero después de dos meses esto se detuvo por completo y hoy sólo queda el Yatch Club. En las últimas semanas, algunas madres han encontrado trabajo, por lo que probablemente tendrán que contribuir a los diversos gastos de la casa en los próximos meses”. Francesco Stefanini