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Celebrar la Pascua de Francisco de Asís 1226-2026

En la sociedad contemporánea se prefiere mantener alejado el pensamiento sobre la muerte, no sólo porque nos recuerda que somos criaturas limitadas, sino también porque deja al descubierto esas falsas seguridades que nos hacen sentir dueños del tiempo y de la vida. Francisco de Asís, en cambio, recibe a la hermana muerte cantando, porque ha comprendido que la muerte no es el final de todo, sino el fin que nos permite entrar en plena comunión con Dios. De hecho, la vida es un don recibido que debemos restituir: «Por consiguiente, nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero» (Carta a toda la Orden 29).

Al final de sus días, Francisco contempla su vida y descubre la presencia y la acción del Señor por todas partes, es por eso que en su Testamento repite como un estribillo: «El Señor me dio a mí, hermano Francisco… Y el Señor me dio una tal fe en las iglesias… El Señor me dio y me da tanta fe… Y después que el Señor me dio hermanos, nadie me enseñaba qué debería hacer, sino que el Altísimo mismo me reveló que debería vivir según la forma del santo Evangelio» (Testamento 1-14). Esta es la misma actitud presente en Clara de Asís cuando escribe su Testamento, en los últimos días de su vida. De hecho, también ella reconoce a Dios como el Dador, a quien debemos dar las gracias por todos los dones que nos concede, especialmente la vocación (cf. Testamento de Santa Clara 1-2).

Celebrar el 800 aniversario de la Pascua de Francisco de Asís es una invitación a contemplar nuestra historia personal y la de nuestra Familia Franciscana con una mirada de fe, que sepa percibir la presencia y la acción divina en todo, incluso en las situaciones difíciles y dramáticas que hemos vivido o que nos toca vivir en el tiempo presente. Es una oportunidad para dar gracias a Dios por todos los dones que nos ha concedido, en particular por el don de Francisco de Asís y su experiencia evangélica, que se ha convertido en un carisma articulado en varios matices de seguimiento y apostolado, y que todavía hoy tiene la fuerza para interpelar a mujeres y hombres de todas las culturas, dentro y fuera de la Iglesia católica.

Ya próximo a su tránsito, Francisco decía a sus hermanos: «“Comencemos, hermanos, a servir al Señor Dios, pues escaso es o poco lo que hemos adelantado”. No pensaba haber llegado aún a la meta, y, permaneciendo firme en el propósito de santa renovación, estaba siempre dispuesto a comenzar nuevamente. Le hubiera gustado volver a servir a los leprosos» (1 Celano 103). La Pascua de Francisco nos recuerda que cada día es una oportunidad para empezar de nuevo, para renovar nuestra respuesta al llamado del Señor, que nos envía al mundo entero como hermanos y hermanas para dar testimonio de Él con palabras y con obras, para atraer a todos al amor de Dios (cf. Paráfrasis del padre- nuestro 5).

Por último, celebrar el tránsito del Poverello es una ocasión para recordar que todos estamos llamados a la santidad y que, como él, estamos invitados a reflejar la belleza del Evangelio y de nuestra vocación franciscana, porque «la santidad es el rostro más bello de la Iglesia» (Gaudete et exsultate 9).

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