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De Los Ministros generales de la Primera Orden y de la TOR: Con San Buenaventura de Bagnoregio

14 Julio 2017

Frailes menores en el mundo y en la Iglesia

Con San Buenaventura de Bagnoregio

Este año se cumple el octavo centenario del nacimiento de San Buenaventura, protagonista acreditado de la Familia Franciscana. Él ve la luz alrededor de 1217 en Civita di Bagnoregio, en la Tuscia romana, cerca de Orvieto (Italia). En 1245, habiéndose ya graduado en artes, ingresa en la Orden cautivado por las reflexiones de Alejandro de Hales, quien había pasado a su vez de la cátedra al claustro, atraído por la espiritualidad franciscana; en 1255 es maestro de teología en París; en 1257 es elegido ministro general; en 1272 es nombrado cardenal de la Iglesia y obispo de Albano, con la tarea de preparar el Concilio de Lyon, durante cuya celebración muere el 15 de julio de 1274. Sus obras, contenidas en los 9 volúmenes de las Opera Omnia de Quaracchi, fueron publicadas entre 1882 y 1902.  

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Para Buenaventura, el hombre es el ser de los deseos, aquellos grandes, los que involucran a la inteligencia y al afecto, y que quieren descubrir y gozar de la belleza de todas las cosas, la armonía de las cuales nos remite a algo diverso de sí misma1. Al mismo tiempo, el hombre bonaventuriano de los deseos es el ser que acepta la fatiga del camino, movido por esa nostalgia que le hace intuir la presencia de una respuesta de sentido en todo aquello que tiene ante sí. Él sabe que dentro de su mundo, en su multiforme manifestación, surge y aparece una presencia única y constante de la que todo proviene y a la que todo retorna. En todo ello, Jesucristo representa para Buenaventura el centro de la posible unidad de todas las cosas (cristocentrismo), porque en él todo ha tenido su origen y su cumplimiento, y, al mismo tiempo, de Él recibe su orientación el deseo del hombre para encaminarse hacia la respuesta buscada y esperada. El deseo de descubrir y vivir esta unidad entre Dios y el mundo se ha concretizado en Buenaventura en tres grandes ámbitos de su existencia cristiana: en la experiencia ascética y mística de la búsqueda del rostro de Dios, descubierto en la humanidad de Cristo (1.), en el diálogo cultural con los hombres de su tiempo con el fin de unir fe y razón (2.) y, finalmente, en su empeño a favor de la Orden minorítica, para mantenerla como un instrumento fiel a Francisco y al servicio de la Iglesia (3.). Buenaventura fue ante todo un “hombre de Dios”, llegando a ser “guía espiritual” para los hombres. Lo atestiguan los numerosos escritos espirituales, tanto de tipo ascético2 como devocional3. Con los primeros, intenta organizar unos procesos ordenados y graduales, conformados también de dinámicas espacio-temporales, a través de las cuales nos acercamos gradualmente a Dios. Luego, con los escritos de carácter devocional, persigue el objetivo de estimularnos al amor de Dios, dirigiendo la mirada del afecto a la vida de Cristo, en particular contemplando su humanidad. Aquí, como en todos sus escritos, el Doctor seráfico se muestra profundamente arraigado en la Palabra de Dios, de la que él mismo se nutría mediante la lectura asidua y la meditación de la Biblia. Entre los muchos aspectos dignos de mención, uno destaca con más fuerza: en la vida espiritual, el amor de Dios no puede ser pura emotividad y vivencia afectiva de los instintos, sino que necesita formas e itinerarios conscientes que dispongan el alma a la maravilla. Sin un proceso ordenado de carácter ascético, el ánimo humano con dificultad podrá crear esa quietud y tranquilidad que le permitirá escuchar, ver, gustar, oler y tocar el misterio de Dios. Para Buenaventura, no se trata de “conquistar” a Dios, sino de “dejarse encontrar”, disponiéndose a la sorpresa imponderable del encuentro con Él. Por otra parte, Buenaventura recuerda a nuestra vida de “religiosos” un segundo elemento importante: el mundo, ayer como hoy, necesita “maestros del espíritu”, hombres y mujeres capaces de ayudar a otros con su testimonio de vida en el proceso hacia la experiencia de Dios. Esta propuesta de “formación espiritual”, sin embargo, debe ser el fruto de una verdadera y profunda experiencia personal para dar a esos itinerarios espirituales un sabor genuinamente franciscano. Sí, el mundo necesita contemplativos, pero que sean capaces de anunciar la alegría del Evangelio y la belleza de vivir el carisma franciscano en fraternidad. Nuestra tradición espiritual, compuesta de lugares y grandes figuras de santidad y doctrina, tiene una riqueza a la que el mundo reconoce una auténtica eficacia para un itinerario de crecimiento espiritual efectivo. Buenaventura fue también profesor universitario. El deseo de Dios, como fuente de admiración y afecto espiritual, encontró en él una prolongación directa en el diálogo apasionado con la cultura de la época4. Su enseñanza magistral está animada por una doble verdad: el hombre está hecho para alcanzar la sabiduría de Dios, es decir, al gusto sabroso de Él, pero tal punto de llegada sólo es posible a través del instrumento de la inteligencia, camino a la verdad sapiencial. En el contexto del mundo universitario de mediados del siglo XIII, se imponía, de hecho, la difícil cuestión de cómo conciliar filosofía y teología, razón y fe, inteligencia y afecto, conocimiento y amor.5 El peligro era el de considerar paralelos los dos momentos cognitivos, con el gran riesgo de llegar a una doble verdad, la filosófica y la teológica, una ajena a la otra o una en conflicto con la otra. La solución bonaventuriana pasa a través de dos grandes núcleos de pensamiento: el hombre es un ser itinerante que se encamina progresivamente hacia el Uno, el Verdadero y el Bueno – es el misterio trinitario resplandeciente en todas las cosas – y a la vez está acompañado por la verdad misma que es el Cristo, médico interior que ilumina a todo hombre que viene al mundo. Por lo tanto, Buenaventura no excomulga a las novedades filosóficas conectadas con Aristóteles, sino que intenta integrarlas dentro de un camino único y progresivo que la mente, impulsada por el deseo del corazón y sostenida por la inteligencia, emprende hacia Dios. Un principio fundamental que Buenaventura recuerda a sus contemporáneos es el siguiente: la inteligencia es el camino hacia la sabiduría, pero, si se cierra en sí misma, cae inevitablemente en el error. A nosotros, los franciscanos del siglo XXI, inmersos en un mundo dominado por un saber científico-técnico tan amplio y poderoso cuanto aparentemente indiferente a un Más allá y a un Otro, el santo de Bagnoregio nos propone dos estrategias fundamentales. En primer lugar, nos pide asumir una actitud de diálogo verdadero y apasionado, con una mirada positiva y de gran estima por las capacidades humanas, reconociendo en ellas manifestaciones seguras de la belleza que Dios ha impreso en la creación y en el ser humano. Toda actitud de antagonismo y de excomunión del mundo y sus capacidades científicas y técnicas, con sus exigencias de conocimiento y desarrollo, no pertenece a la visión de Buenaventura: en toda la realidad aparece el misterio del Dios uno y trino, porque en cada cosa hay una huella de su presencia, y el hombre tiene la capacidad de descubrir su significado y contar su belleza. Al mismo tiempo, sin embargo, él nos invita a desarrollar en relación a este mundo un servicio de apertura a lo trascendente, recordando a los hombres de hoy dos verdades importantes y alentadoras. En primer lugar, en todo proceso cognitivo de la realidad, el hombre es constantemente encaminado hacia una verdad más profunda, hacia esa verdad que recompone en unidad los fragmentos, dispersos aquí y allá, y remite a una plenitud y cumplimiento que supera al intelecto y reclama el afecto. Una cerrazón consciente a este horizonte infinito condenaría al hombre a una ciencia y técnica sin alma y sin esperanza. Además, en todos nuestros esfuerzos por la unidad, la verdad y el bien está vivo y operante el misterio trinitario del amor divino. Con la certeza de la fe es necesario anunciar que en cada proceso a favor de un mundo mejor y más humano está obrando el misterio redentor de Cristo, quien se donó sin reservas a todo hombre en todo tiempo6. Buenaventura, finalmente, asumió la responsabilidad de la Orden – en 1257 fue elegido ministro general para permanecer en el cargo hasta su muerte (1274). Esto revela la alta estima que los frailes tenían de él, considerado como un don irrenunciable para la vida de la Orden en un período de rápida y prodigiosa difusión.7 En primer lugar, quiso ayudar a los frailes a reencontrar su relación perfecta con Francisco, con el fin de vivir más fielmente su opción religiosa. Se trataba de proponer de nuevo esos ideales dejados en herencia por el Santo de Asís, para que fueran motivo de crecimiento espiritual y de comunión, no de conflicto y desorden. La pobreza, la humildad, la fidelidad a las tareas diarias, la vida de oración y fraterna, así como un estilo simple y modesto de vida, constituían las advertencias ofrecidas a una Orden que estaba en peligro de perderse debido al prestigio y al poder obtenidos por los frailes en la Iglesia y en la sociedad. En este sentido, fue muy importante la reescritura de la vida de Francisco de parte de Buenaventura: sin este modelo de belleza, en el que brilla el amor místico de Dios y un compromiso generoso con el mundo de la comunión con el Cristo pobre, los frailes habrían llevado a duras penas una auténtica vida minorítica. Además de cuidar la calidad de la vida interna de la familia franciscana, él se preocupó por disponer a los frailes para que se pusieran al servicio de las necesidades culturales y pastorales de la cristiandad organizando y apoyando itinerarios rigurosos de estudio. Se trataba de continuar la opción asumida por Francisco también en respuesta a las exigencias de reforma proclamadas en 1215 por el IV Concilio de Letrán. Buenaventura sentía la urgencia de llamar a los frailes a estar al servicio de la Iglesia universal, poniendo a disposición preparación cultural y pastoral, sin hacer de ellos motivo de orgullo o de competencia con las iglesias locales. Libres de mecanismos de rivalidad y del ansia de poder, los frailes debían convertirse en una palabra buena y luminosa, caracterizada por la humildad y la aptitud, en línea con las expectativas de los tiempos y las exigencias del Evangelio. Buenaventura, por lo tanto, nos invita a tomar dos grandes opciones. En primer lugar, exhorta a despertar y defender el vínculo con un ideal de vida evangélica que tiene en Francisco un modelo único. Eso permite ser frailes abiertos a las exigencias de este mundo, capaces de llevar una palabra caracterizada por la simplicidad, la alegría y la minoridad, la fraternidad y la profecía. Además, nuestra presencia dentro de la Iglesia debe estar animada por la inteligencia teológica, la formación pastoral y el compromiso apostólico. En resumen, él nos recuerda que para ser sal y luz de la tierra, con un sabor propiamente “franciscano”, es necesario ser anunciadores, no solo creíbles por el estilo de vida, sino también “competentes” en el modo de proponer la palabra que salva.8 Si queremos seguir siendo los frailes de la gente, hombres que llevan por los caminos del mundo una buena noticia, Buenaventura nos recuerda que son tres los elementos irrenunciables de nuestra vida franciscana: una relación estable y creíble con el misterio del amor de Dios; una vida fraterna en la que resplandezca una humanidad reconciliada y marcada por la paz; por último, una preparación cultural seria que nos permita dialogar con competencia y eficacia con nuestro mundo. Y en todo esto no es trata de rehacer una gran Orden, sino, tal vez, de aceptar con humildad nuestra actual pobreza de números y de presencias, y así, ayudados por una mirada renovada a Francisco, volver a ser simple y verdaderamente “frailes menores”. Es necesario recomenzar desde aquí para ponernos de nuevo en camino con pasión, inteligencia y generosidad, con el deseo de hacer que resuene esa buena palabra evangélica, hecha realidad por Francesco y propuesta de nuevo por Buenaventura, una palabra capaz, a través de nuestras obras y nuestros discursos, de tocar la mente y el corazón del mundo contemporáneo, sediento de esperanza y deseoso aún de ver Más allá para encontrar al Otro.

Conclusión

Una figura metafórica muy presente en las tesis de Buenaventura es la del círculo, utilizada para indicar la índole del movimiento que reina entre Dios y el hombre. La relación entre ellos, más que ser vertical, es de carácter circular, en donde, tanto Dios como el hombre están animados por una búsqueda convergente del uno hacia el otro: dos peregrinos vinculados por el mismo deseo de comunión. Al hombre que se pone en camino responde la solicitud de Aquel que se hizo peregrino para ir a su encuentro ahí donde está. El último acto de la itinerancia intelectual y afectiva no será “comprender” para dominar, sino ser comprendidos, más bien, abrazados por Aquel que, por solo amor, está entre nosotros, dejándose encontrar en todos nuestros esfuerzos en favor de la unidad, la verdad y la bondad. Este es el mensaje, urgente e incisivo, que Buenaventura nos invita a asimilar y transmitir, signo de nuestra presencia en esta época difícil de cambios rápidos. Que san Buenaventura nos ayude a “desplegar las alas” de la esperanza que nos impulsa a ser, como él, buscadores incesantes de Dios, cantores de la belleza de la creación y testigos de ese Amor y esa Belleza que “todo lo mueve”. _______ 1 “En efecto, el alma no es contemplativa sin un vivo deseo. Por tanto, el deseo dispone el alma para acoger la iluminación” (Colaciones sobre el Hexamerón 22, 29). 2 Recordemos algunos de los textos principales: La triple via, El soliloquio, La perfección de la vida descrita a las religiosas, El régimen del alma, el Tratado de la preparación para la Misa. 3 El árbol de la vida, Las cinco fiestas del niño Jesús; El oficio de la pasión y La viña mística. 4 Además del monumental Comentario sobre los juicios, recordamos solo algunos opúsculos teológicos: La reducción de las artes a la teología; El itinerario de la mente a Dios; Los siete dones del Espíritu Santo; las Colaciones sobre el Hexamerón. 5 “Por lo tanto, exhorto al lector, en primer lugar, al gemido de la oración por el Cristo crucificado, y ello para que no crea que le basta la lectura sin la unción, la especulación sin la devoción, la investigación sin la admiración, la consideración sin la exaltación, la diligencia sin la piedad, la ciencia sin la caridad, la inteligencia sin la humildad, el estudio sin la gracia divina, el espejo sin la sabiduría divinamente inspirada” (El itinerario de la mente a Dios, pról. 4). 6 “El santo franciscano [Buenaventura] nos enseña que toda criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada, oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en clave trinitaria.” (Laudato si’ 239) 7 Constituciones de Narbona, Leyenda mayor y Leyenda menor de Francisco, y la Apología de los pobres. 8 “En esto consiste el estudio del sabio: que nuestro estudio no se dirija si no a Dios, el cual es totalmente deseable.” (Colaciones sobre el Hexamerón 19, 27)
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Definitorio General Cartas y homilías
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