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La Asunción en la tradición francescana

Fr. Stefano Cecchin, OFM: las razones teológicas de la asunción

14 Agosto 2023

A continuación reproducimos el texto escrito por Fr. Stefano Cecchin OFM, Presidente de la Pontificia Academia Mariana Internationalis, organismo de la Santa Sede encargado de promover y fomentar la ciencia mariológica.

La fiesta de la Asunción de María al cielo lleva a los franciscanos a la pequeña iglesia de Santa María de los Ángeles, cuna misma de la Orden, dedicada a la Asunción desde sus orígenes. Así lo revela el retablo pintado por Hilario de Viterbo con "el ángel que da la palma a la Virgen" en el momento en que anuncia su muerte inminente, según el evangelio apócrifo llamado "Tránsito Romano". La devoción de Francisco a la Asunción es recordada por Buenaventura cuando escribe: 'Rodeó a la Madre del Señor Jesús de un amor indecible, pues hizo hermano nuestro al Señor de la Majestad y obtuvo misericordia para nosotros. En ella, sobre todo, puso su confianza y, por eso, la hizo su abogada y la de su pueblo. En su honor ayunó con gran devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la Asunción" (FF 1165). 

En una época en la que, al igual que para la fiesta de la Concepción, también para la de la Asunción existían fuertes críticas por parte de quienes las consideraban sin fundamento bíblico, Francisco parecía no tener dudas. De modo que de su Seráfico Padre los frailes heredaron esta particular devoción y se comprometieron a difundirla, como recuerda la constitución apostólica Munificententissimus Deus de Pío XII. En ella se mencionan los principales maestros franciscanos que la defendieron, entre ellos Antonio de Padua, Buenaventura y Bernardino de Siena. Este último, "resumiendo y tratando con diligencia todo lo que los teólogos de la Edad Media habían dicho sobre el misterio de la Asunción, no se limitó a exponer las principales consideraciones ya propuestas por los doctores anteriores, sino que añadió otras". Así, inspirándose en otros grandes maestros franciscanos como Matteo de Acquasparta y Ubertino de Casale, reformuló las razones teológicas de la asunción en siete argumentos; son: 

1) la profunda unión que existe entre madre e hijo, de modo que, así como Cristo resucitó, también María tuvo que resucitar; 

2) la virginidad perfecta que vio a María incorrupta en el parto la hizo incorruptible de las consecuencias del sepulcro: después de todo, el Evangelio enseña también que la virginidad es un signo de la resurrección futura (cf. Lc 20,34-36); 

3) el mandamiento "honrarás a tu padre y a tu madre" exigía que Cristo honrara a su madre de un modo muy especial, no sólo en vida, sino también después; 

4) María era entonces el lugar único e irrepetible de la encarnación del Hijo de Dios, la "Virgen hecha Iglesia", un lugar que no podía ser destruido por la muerte; 

5) es la primera discípula de Cristo, el ejemplo perfecto de su seguimiento, que le siguió fielmente en cada etapa de su vida, según el pasaje evangélico "el que quiera servirme, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor" (Jn 12, 26), por lo que también ella "no puede estar sino donde está Cristo"; 

6) siendo María la "bienaventurada" por excelencia, la plenitud de la bienaventuranza celestial requiere la unidad de la persona, que se realiza en la unión del cuerpo con el alma, por lo que el alma de María debía reunirse con el cuerpo después de la muerte para gozar de la plenitud de la bienaventuranza;

7) por último, según la más exquisita antropología teológica franciscana que une al hombre y a la mujer, a Jesús y a María, reafirmada también por el santo Papa Juan Pablo II, la igualdad de los sexos preveía que toda la humanidad, es decir, tanto el varón como la mujer, fueran curados por Cristo. Y, puesto que la resurrección realiza lo último de la redención, tenía que manifestarse tanto en el hombre como en la mujer, en Jesús y en María, para que se cumpliera la obra de la salvación en su plenitud y para que María fuera también testigo de la resurrección, de modo que en el cielo no sólo existiera el principio masculino, sino también el femenino, es decir, toda la humanidad: "varón y hembra los creó" (Gen 1, 26-27), para que fueran uno. 

A estos argumentos, como señala Pío XII, Bernardino de Siena añadió otra prueba. En la Iglesia, dice, se veneran las reliquias y las tumbas de los santos desde la antigüedad. Para María, sin embargo, sólo existe una tumba vacía. ¿Donde estará su cuerpo? ¿Cómo es posible que la Iglesia haya conservado celosamente el de los mártires y santos, y olvidado el de la Reina de todos los santos? Bernardino concluye que la ausencia de este cuerpo es señal de que ella ya no está en la tierra, sino en el cielo, donde continúa su tarea de Madre, Mediadora y Abogada nuestra.

Tras la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción en 1863, se inició el movimiento asuncionista, al que contribuyó un fraile toscano, Remigio Buselli, con la publicación de lo que se considera el primer tratado erudito sobre la Asunción: La Virgen María viva en cuerpo y alma en el cielo (Florencia 1863). En esta obra, el autor exhorta a toda la familia franciscana a continuar su papel mariano en la Iglesia con la proclamación del dogma de la Asunción como complemento del de la Inmaculada Concepción. 

El llamamiento no fue desoído, por lo que se sucedieron estudios e iniciativas, hasta el punto de que, el 26 de julio de 1946, el Definitorio General instituyó la "Commissio Marialis Franciscana", refundada este año en la Pontificia Academia Mariana Internationalis (PAMI) del Antonianum, con el fin de coordinar a las provincias en los estudios mariológicos, entonces estimulados y orientados de modo particular hacia las razones de la posible definición dogmática de la Asunción. El archivo PAMI recoge todas las iniciativas que las distintas provincias de la Orden llevaron a cabo hasta la proclamación del dogma. Hay que añadir también los 7 Congresos franciscanos de la Asunción organizados por el P. Carlo Balic, gracias a los cuales se preparó todo lo que convenció al Papa Pío XII a proclamar el dogma el 1 de noviembre de 1950.

Es un hecho que los dos dogmas marianos, que algunos definen franciscanos, han logrado su proclamación gracias a la gran aportación de toda la familia franciscana. María Asunta al cielo, signo de esperanza segura en el destino final de todos, resplandece en su belleza como prueba de que es realmente posible "vivir el Santo Evangelio", como ella misma lo vivió primero. Ella es la "Virgen hecha Iglesia", la mujer-casa (oikos) que acogió, custodió, alimentó al Verbo divino, alcanzando la plena conformidad con Él y convirtiéndose para nosotros en modelo de cómo vivir la vida cristiana. Ella es el lugar, como enseñaban los maestros franciscanos, donde Dios hizo las paces con la humanidad. Su mismo nombre, "María", que significa "unión del cielo y de la tierra", resplandece en la mujer del Apocalipsis como la consecución de la armonía perfecta y luminosa con todas las criaturas. Ella es la que dio a Jesús un cuerpo de tierra para que la tierra se divinizara mediante la unión con Dios. 

Y como Jesús también era de tierra, también él pasó por el camino de la muerte, para abrir la puerta que conduce a la inmortalidad mediante la resurrección. Y como Jesús, también la Inmaculada Concepción pasó por ese camino, para vivir en todo el seguimiento perfecto de su Hijo, a través de la muerte y la resurrección. Por último, no debemos olvidar que la tradición cuenta que San Francisco hizo escribir en la fachada de la Porciúncula: "ésta es la puerta de la vida eterna". De modo que también él, para completar su seguimiento de Cristo en todo, quiso dejar este mundo imitando a Jesús, que en la cruz no murió solo, sino con la presencia de su Madre. Por eso Francisco se hizo llevar a Santa María de los Ángeles para morir también con la Madre del Señor. 

Y no olvidemos tampoco a santa Clara, que en el momento de su muerte fue consolada por la aparición de la Virgen que se acercó a su rostro revelando cómo ambas estaban tan plenamente conformadas que no podían distinguirse en la fisonomía. Entonces, quizás también por este motivo, en el Ave María, oración muy querida y difundida también entre los franciscanos, concluyamos diciendo: "ruega por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte".

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Misión y Evangelización
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