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San Antonio de Padua

Doctor de la Iglesia, para Francisco «mi obispo»

13 Junio 2024

Poco se sabe de la infancia de San Antonio, bautizado como Fernando en Lisboa (Portugal), hijo de Martino de Buglioni y María Taveira. Algunos dicen que nació en 1195, sin embargo la fecha debe adelantarse hacia 1190, en razón que la Ordenación sacerdotal, la cual recibió en 1219 (o 1220), según la Ratio Studiorum y el Derecho canónico de la época no podían administrarse antes de los 30 años. Tampoco conocemos su motivación por la que, a los 18 años, decidió unirse a los Canónigos regulares de San Agustín, en el monasterio de San Vicente de Fora, situado a las afueras de su ciudad natal.
Dos años después, se traslada al monasterio de Santa Cruz en Coimbra, donde pudo dedicarse a su formación intelectual y espiritual, contando con grandes maestros y una rica biblioteca; se dedicó sobre todo al estudio de las humanidades, la teología y las ciencias bíblicas: la Biblia y la patrística fueron los fundamentos de su educación.

El punto de inflexión en la vida de Fernando se produjo en 1220, cuando conoció el franciscanismo. Durante el año de 1219, Francisco de Asís planeó una expedición misionera a Marruecos, con la intención de llevar el Evangelio al norte de África. Los hermanos Berardo, Pedro, Otón, Adyuto y Acursio también pasaron por Coimbra: Fernando oyó hablar de ellos (no sabemos si los conoció), y  quedo fascinado con ellos. El fin de los frailes, “protomártires franciscanos”, lo conocemos. Cuando sus cuerpos destrozados fueron llevados a la iglesia de Santa Cruz de Coimbra, el padre Fernando decidió dejar a los agustinos e ingresar en la orden franciscana, con la aprobación del prior agustino y del Ministro provincial de España, tomó el nombre de fray Antonio, en honor del ermitaño egipcio Santo titular de la ermita de Santo Antonio de Olivares, donde vivían los franciscanos.

Rápidamente partió a Marruecos como misionero, lamentablemente, por motivos de salud (posiblemente malaria) tuvo que abortar inmediatamente la misión. En el viaje de regreso, una tormenta arrastró la nave hasta las costas de Sicilia (Italia); hospedado en un convento franciscano, Antonio se enteró del Capítulo de las Esteras convocado por Francisco para la primavera de 1221 y partió con los hermanos. En Asís, desconocido para todos, el Ministro de la Romaña, Fr. Graziano, se fijó en él y lo quiso con los suyos en la ermita de Monte Paolo (Forlí) como sacerdote. 

Sin embargo, el Señor no quería una vida eremítica para Antonio. Durante las ordenaciones sacerdotales celebradas en Forlí en 1222, se le encomendó la exhortación espiritual que se debía dirigir a los ordenandos y a todos los presentes, delante del obispo Alberto: sus conocimientos bíblicos y su doctrina teológica, ya integrados en la nueva espiritualidad franciscana, causaron el asombro y la admiración de todos. Una nueva vida como predicador comenzó para Antonio. De hecho, uno de sus primeros biógrafos afirma que Antonio “pasó por ciudades y castillos, pueblos y campos, esparciendo por doquier las semillas de la vida con generosa abundancia y ferviente pasión”.

Su palabra estaba fundamentada en estudios teológicos y, sobre todo, llena de conocimiento divino. Viviendo lo que decía, Fr Antonio brilló en la Iglesia de la época, donde los nombramientos episcopales eran manipulados por poderosos laicos, donde los pastores y el clero carecían a menudo de preparación espiritual y cultural, y donde la ignorancia religiosa reinaba imperturbable entre los fieles.

Francisco de Asís le dirigió una breve carta en la que lo llamaba “mi obispo”, reconociendo su misión de maestro de teología, que correspondía por naturaleza a los sucesores de los apóstoles. De hecho, además de predicar, Antonio había recibido el encargo de enseñar teología en Bolonia (1223-24), Montpellier y Toulouse (1225) en Francia, y Padua (1229-31). También fue ministro provincial del norte de Italia, cargo al que renunció en el Capítulo General de Asís en mayo del 1230.

Entre los muchos carismas que recibió del Señor, se le reconocen especialmente los milagros que realizó al servicio de la caridad hacia los pobres, los enfermos, los explotados.
En sus conocidos Sermones, no faltaron invectivas contra los usureros: hablando de las seducciones de la riqueza, es famosa su historia -entre historia y leyenda- del rico difunto que no tenía el corazón en el pecho, sino en la caja fuerte junto con su dinero, según consta en el Evangelio: “Porque donde está tu tesoro, allí estará tu corazón” (Mt 6,21). 

Sintiendo acercarse a la hermana muerte, Antonio pidió que lo llevaran a Padua, a donde no llegó, pues murió en el hospicio de La Cella, en las afueras de Padua, la tarde del 13 de junio de 1231, murmurando extático: “¡Veo a mi Señor!
Su proceso canónico sobre la vida y milagros de Antonio inició de inmediato y el 30 de mayo de 1232, Gregorio IX lo canonizó en la catedral de Espoleto. El 16 de enero de 1946 fue proclamado Doctor Evangélico de la Iglesia por el Papa Pío XII. 

A las espinas corresponden los animales feroces, que, como hemos señalado, son símbolos de los usureros. De ellos dice el Profeta: “Mira ese mar inmenso y espacioso en sus partes; allí bullen reptiles sin número, animales enormes y pequeños. Por allí se pasean los navíos” (Sal 103,25-26). Presta atención a las palabras: el mar, o sea, este mundo, lleno de amargura; es grande por las riquezas, y espacioso por los placeres, porque “espacioso es el camino que lleva a la muerte” (cf. Mt 7.13). Pero, ¿para quiénes? No ciertamente para los pobres de Cristo, que entran por la puerta estrecha, sino para, las manos de los usureros, que ya se adueñaron del mundo entero.

(De los Sermones, Domingo Sexagésima, Exordio, nº 9) 

De Frati Minori Santi e Beati (Hermanos Menores, Santos y Beatos), a cura di Fr. Silvano Bracci, OFM e Sr. Antonietta Pozzebon, FMSC. Editrice Velar, 2,009 pp.22-29.

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Santos Franciscanos
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